Pobreza y brecha digital

Pobreza y brecha digital: verdades y falsedades (polí­ticas ) [02.02.06]
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Es corriente medir la brecha digital recurriendo a datos cuantitativos: accesos a Internet, níºmero de PC, horas de navegación, etc. Siendo esto importante, el problema es mucho mí¡s complejo y sensible, ya que la mera enumeración cuantitativa ignora una variable fundamental: la calidad social del acceso a las tecnologás, lo que a la postre es decisivo.
Dentro de la discusión que circula bajo el paraguas de la “Sociedad de la Información y el Conocimiento”, el lado mí¡s humano y progresista se presenta bajo la necesidad de evitar la aparición de nuevos desequilibrios sociales, como será el del acceso a la información. Se trata de un í¡ngulo de lucha contra la brecha digital.

De hecho, la problemí¡tica del acceso a las nuevas tecnologás es patente en la sociedad, presentí¡ndose de diversas formas segíºn sea la “dimensión social” que se analice. Así­, se la puede tipificar en tí©rminos de gí©nero, cultura, paí­s de origen, condición económica, edad, etc.

Mucho mí¡s preocupante es cuando la brecha se mide a nivel internacional. Alguna vez se ha dicho que “hay mí¡s telí©fonos en Manhhatan que en todo el ífrica subsahariana”. Hoy podemos decir que este desequilibrio, expresado en tí©rminos de accesibilidad y uso de las nuevas tecnologás se ha incrementado. Incluso existen diferentes oportunidades de acceso dentro de un mismo territorio nacional.

Pero nos interesa ahora referirnos a la calidad del acceso y a la potencia encubridora de otras cuestiones sociales que puede tener esta discusión.

Es corriente medir la brecha digital recurriendo a datos cuantitativos: accesos a Internet, níºmero de PC, horas de navegación, etc. Siendo esto importante, el problema es mucho mí¡s complejo y sensible, ya que la mera enumeración cuantitativa ignora una variable fundamental: la calidad social del acceso a las tecnologás, lo que a la postre es decisivo.

No hablamos de calidad en tí©rminos de disponibilidad de ancho de banda, confiabilidad, seguridad, etc., que siguen siendo tambií©n parí¡metros tí©cnicos cuantitativos. Nos referimos al proceso individual-social que se produce en el acceso a la información y que lleva a hacerse preguntas como: ¿cuí¡l es el grado de adaptación de los contenidos que circulan en la red a las necesidades mí¡s primarias de las inmensas mayorás pauperizadas del planeta? ¿Quí© necesidades bí¡sicas deberán resolverse para que los millones de personas hoy marginadas de la Sociedad de la Información puedan acceder a la información con capacidad crí­tica y creativa? ¿Cómo se estí¡ segmentando la información dentro de la propia red en función de su valor económico (contenidos de pago y gratuitos)?.

Las preguntas anteriores remiten al menos a dos cuestiones preliminares: (a) la pobreza estructural y el desequilibrio global en el reparto de la riquezas, factores de alguna manera “externos” a la red (como metí¡fora la SI ), sin cuya resolución parece hasta trivial plantear la cuestión de la brecha digital y (b) la estratificación dentro de la propia red que inexorablemente se va consolidando en la medida que la red tiende a ser un espacio mí¡s del mercado global.

Por tanto, si nos planteamos estas preguntas con verdadera voluntad polí­tica, el discurso sobre la brecha digital deriva inevitablemente hacia la brecha social, de la cual la digital es apenas una parte, probablemente la menos significativa, si la miramos desde los ojos y el estómago de la exclusión social.

Y esta primera cuestión nos lleva a lo que denominamos “potencia encubridora” de esta discusión. ¿Cómo es posible que el discurso de la Sociedad de la Información estí© funcionando con pretensiones de seriedad intelectual cuando no se atreve a incorporar con un mí­nimo rigor asuntos como la pobreza estructural, el desempleo y la precarización permanente del empleo juvenil, la voladura controlada de la jurisprudencia internacional por parte de las potencias mundiales, la vivienda como un producto financiero especulativo mí¡s, las guerras ilegí­timas contra el sur empobrecido, etc.?

Si la Sociedad de la Información es un nuevo escenario global —en el doble sentido de que sólo se puede comprender desde una concepción mundializada de la economá y la sociedad y de que abarca todos los aspectos de la vida— no acometer la discusión de los temas anteriores, supone entender la SI como una simple puesta al dá de los procesos tí©cnicos de la producción social y, en consecuencia, la trascendencia que se le otorga en los medios de comunicación, los entornos acadí©micos e intelectuales, etc., es excesiva y entonces ese exceso supone (o funciona como) un seí±uelo para evitar que la discusión polí­tica y social afronte sin tapujos problemas como los enunciados.

En cualquier caso, si no somos capaces de conectar la noción de brecha digital con la sociedad real, con los conflictos y desequilibrios cada vez mí¡s alarmantes que caracterizan la globalización neoliberal, estaremos caminando una vez mí¡s por una senda marcada y, a lo sumo, ejercitando el papel de dí­scolos pero no tanto que el sistema necesita para legitimarse a sí­ mismo.

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